sábado, 29 de septiembre de 2012

LA PUERTA


Cuando la puerta se cerró de golpe, incapaz de resignarse, llamó una y mil veces sin obtener respuesta. Después, cansado y con los nudillos en carne viva, se sentó a esperar que se abriera. Al principio no apartaba la mirada de ella, luego, con el tiempo, lo distrajo el bullicio del mundo exterior que él consideraba un destierro. Seguía esperando, pero aprovechaba el tiempo en muchas cosas, e incluso, hasta llegó a reír sin sentirse culpable. Un día, inesperadamente, se produjo el ansiado milagro y la puerta se fue abriendo poco a poco hasta quedar entornada. ¿Qué debo hacer? ¿Llamar? ¿Abrirla y entrar? ¿Esperar a que se abra del todo? ¡Tantas preguntas, y ninguna respuesta válida, capaz de convencerlo! No te precipites –se dijo-, piensa. Y durante horas, días, semanas, meses, no paró de pensar. Quizá por eso, cuando la puerta, con mucha suavidad esta vez, volvió a cerrarse, lejos de enfadarse o entristecerse, se sintió aliviado.

           


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