Las voces de las campanas siempre imponen: Da igual si tocan a júbilo o a entierro. Hoy doblan por la muerte de un buen amigo al que encontraron muerto en su casa de la playa. Su sobrina me dijo esta mañana que murió escribiendo un cuento. El alcalde lo ha nombrado hijo predilecto de la ciudad, y a dicho -ante los pocos que asistimos al acto- que los grandes escritores no mueren. Pepito Antúnez comentó a la salida:
-¡Lástima! De haberlo sabido, el viejo seguiría vivo.
Bueno, ya se sabe que no hay duelo sin risas ni boda sin llantos. El finado, que siempre fue diestro en manejar sarcasmos y venenos, cuando le concedieron el Nobel a Darío Fo, dijo que se lo habían anticipado por ver si así se decidía a escribir su obra. A él se lo negaron en varias ocasiones. Algunas menos que a Borges, por el que sentía gran devoción. Los suecos no entienden de literatura y su sentido del humor es escaso.
Enterrar a un inmortal es absurdo pero inevitable. Las campanas lo anuncian con sus lenguas de bronce. Se rumorea que la última palabra que escribió fue “terminar”. Sin duda un buen comienzo para empezar a ser leyenda.
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