Después de más de veinte años juntos, cayó en la cuenta de que ya no sentía nada por ella. Comprendió que había dejado de gustarle. Ya no la quería. Recordó las largas veladas de antaño junto al fuego, los románticos atardeceres en la terraza, las placenteras siestas que gozó entre sus brazos tibios y acogedores. Ahora le incomodaba su presencia, la rehuía, trataba de no mirarla para no sentirse culpable. Por compasión, a veces le dedicaba una caricia al pasar a su lado, y en el fugaz contacto, percibía el frío y la indiferencia de ella.
¡Estoy harto! exclamó, mientras abandonaba a su vieja mecedora junto al contenedor de basura.
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