Ante la negativa de ella, se obstinó en pactar con el
diablo: -Diez años de mi vida a cambio de que consiga enamorarla. El maligno lo
miró un instante, y asintió. –Está bien, firma. Y cuando tuvo el documento firmado en sus manos, sonrió
burlón. –Se te agotó el plazo –dijo-
me ofreciste diez años y sólo te quedan seis de vida, así que ven
conmigo, y ya veré cómo me cobro los cuatro restantes. Por cierto, me ha sido fácil complacerte, ella está enamorada de ti.
domingo, 30 de septiembre de 2012
sábado, 29 de septiembre de 2012
LA DECLARACION
Se miraron a los ojos. Él comprendió que aquel encuentro no
era algo casual. Que ella tenía las claves de su futuro en las manos. Supo que
de lo que dijera dependería esa inesperada relación apenas iniciada. Estaba
nervioso, emocionado e incluso triste, pero en el fondo esperaba que esta vez
todo saliera bien. La joven era hermosa y parecía tranquila, casi indiferente.
Ella dejó de mirarlo y su voz sonó firme y resuelta, -Bueno, don Carlos, como
ya le dije hemos detectado irregularidades en su declaración de la renta.
AUSENCIA
Retiró del
portarretrato la fotografía y la guardó en el cajón de la mesilla de noche. No
tardó nada en quedarse dormida, pero esa noche sintió frío y no soñó.
DESAMOR
Después de más de veinte años juntos, cayó en la cuenta de que ya no sentía nada por ella. Comprendió que había dejado de gustarle. Ya no la quería. Recordó las largas veladas de antaño junto al fuego, los románticos atardeceres en la terraza, las placenteras siestas que gozó entre sus brazos tibios y acogedores. Ahora le incomodaba su presencia, la rehuía, trataba de no mirarla para no sentirse culpable. Por compasión, a veces le dedicaba una caricia al pasar a su lado, y en el fugaz contacto, percibía el frío y la indiferencia de ella.
¡Estoy harto! exclamó, mientras abandonaba a su vieja mecedora junto al contenedor de basura.
PENULTIMO ESPEJISMO
De madrugada, y tras releerlo y recitarlo en voz alta varias
veces, cayó en la cuenta de que había escrito su mejor poema. Un poema de amor
dedicado a la mujer que le había devuelto la inspiración y la fe perdidas tras
mil y un espejismos vanos. ¡Está en cada verso, en cada palabra, en cada silaba! Se dijo mientras encendía un último cigarrillo antes de volver a la cama a su
lado. Entonces oyó la puerta de la calle: Era ella, se fue sin darle explicaciones ni despedirse, y
jamás regresó.
LA PUERTA
Cuando la puerta se cerró de golpe, incapaz de resignarse,
llamó una y mil veces sin obtener respuesta. Después, cansado y con los
nudillos en carne viva, se sentó a esperar que se abriera. Al principio no
apartaba la mirada de ella, luego, con el tiempo, lo distrajo el bullicio del
mundo exterior que él consideraba un destierro. Seguía esperando, pero
aprovechaba el tiempo en muchas cosas, e incluso, hasta llegó a reír sin
sentirse culpable. Un día, inesperadamente, se produjo el ansiado milagro y la
puerta se fue abriendo poco a poco hasta quedar entornada. ¿Qué debo hacer?
¿Llamar? ¿Abrirla y entrar? ¿Esperar a que se abra del todo? ¡Tantas preguntas,
y ninguna respuesta válida, capaz de convencerlo! No te precipites –se dijo-,
piensa. Y durante horas, días, semanas, meses, no paró de pensar. Quizá por
eso, cuando la puerta, con mucha suavidad esta vez, volvió a cerrarse, lejos de
enfadarse o entristecerse, se sintió aliviado.
viernes, 28 de septiembre de 2012
LA MANSION
Nuestra vida en la mansión era plácida y un tanto aburrida. Demasiado espacio, demasiados muebles, demasiadas alfombras, demasiadas cortinas. El jardín, algo descuidado, era la única distracción posible en aquel universo decadente que por falta de medios económicos se caía a pedazos. La muerte nos visitó dos veces en poco tiempo. Sólo cuando los hijos de los amos la vendieron y las máquinas comenzaron la demolición, fuimos conscientes de hasta que punto estábamos unidos a aquellas viejas piedras centenarias, a sus entrañables escondrijos y rincones. La polvorienta biblioteca en la que nací, la antaño bien surtida despensa, el salón de música, con el piano apolillado y desafinado que ya nadie sabía tocar, acabaron convertidos en un montón de escombros. Hoy, en el húmedo y maloliente laberinto de las alcantarillas, añoramos el paraíso perdido, condenados a malvivir como vulgares ratones.
EL ULTIMO DIA
Aquel día el sol pareció salir por todas partes. Ni una sola sombra en la Tierra. Supimos que había llegado la hora anunciada miles de años atrás, el ansiado momento en que la vida y la muerte, el pasado y el presente, se fusionarían en un instante eterno. Allí estábamos todos, con total y absoluta normalidad, sin preguntarnos nada, sin temores ni dudas, seguros de que al fin se nos iba a revelar el gran misterio. Nos envolvía una luz nueva e indescriptible, ¿será la piel de Dios? -pensé- pero, inmerso en tal océano, comprendí que la fuente de esa portentosa luminosidad éramos nosotros mismos.
EL COLLAR
Cuando la dependienta de la joyería le dijo que el collar que pensaba regalarle a su esposa por su cumpleaños, lo acababa de vender y además a su maldito jefe que últimamente le hacía la vida imposible. Sintió un golpe de ira y de rabia en plena cara. -¿Para quién lo querrá? Continuó preguntándose esa tarde camino de casa. –Para alguna de sus amiguitas, seguro. ¡Maldito viejo solterón! Por su culpa quedaría mal con Paula, porque a ella le encantaba aquel collar. Después de medio año haciendo horas extras y ahorrando para poder comprárselo, ahora le llevaba un anillo que quién sabe si le gustaría o no. Al principio no se dio cuenta, pero al acercarse para besarla, vio en su cuello el collar.
EL ESCRITOR (EPILOGO)
Las voces de las campanas siempre imponen: Da igual si tocan a júbilo o a entierro. Hoy doblan por la muerte de un buen amigo al que encontraron muerto en su casa de la playa. Su sobrina me dijo esta mañana que murió escribiendo un cuento. El alcalde lo ha nombrado hijo predilecto de la ciudad, y a dicho -ante los pocos que asistimos al acto- que los grandes escritores no mueren. Pepito Antúnez comentó a la salida:
-¡Lástima! De haberlo sabido, el viejo seguiría vivo.
Bueno, ya se sabe que no hay duelo sin risas ni boda sin llantos. El finado, que siempre fue diestro en manejar sarcasmos y venenos, cuando le concedieron el Nobel a Darío Fo, dijo que se lo habían anticipado por ver si así se decidía a escribir su obra. A él se lo negaron en varias ocasiones. Algunas menos que a Borges, por el que sentía gran devoción. Los suecos no entienden de literatura y su sentido del humor es escaso.
Enterrar a un inmortal es absurdo pero inevitable. Las campanas lo anuncian con sus lenguas de bronce. Se rumorea que la última palabra que escribió fue “terminar”. Sin duda un buen comienzo para empezar a ser leyenda.
EL ESCRITOR
Aquí estoy, aplazando mi cita con la muerte por unas horas, porque necesito acabar este cuento antes de descansar. Bien mirado, tampoco es importante que lo acabe o no, pero me sirve de excusa para seguir viviendo un poco más. A mis años, cuando la fama y el dinero han dejado de interesarme, y del amor apenas conservo algún rescoldo en la memoria, lo único que me mantiene vivo es esta historia por contar, una de las muchas que he escrito sin tener ni idea de por qué lo hago, ni de qué va a servirle a nadie leerla. Aquellos que adoran la literatura, me ven como a una especie de dios al que es casi obligado seguir y adorar, y aguardan, curiosos e impacientes, alguna revelación o clave que les permita entenderme, cuando ni siquiera soy capaz de entenderme a mi mismo. Ignoran que no pretendo decirles nada, que no creo en lo que hago, y si pudiera, quemaría todos mis malditos libros para liberarme de la esclavitud de ser quien soy, o mejor dicho, de ser quien no soy, y abandonar el mundo sin dejar rastro del que me habría gustado ser. Afirman tales descerebrados que mi obra me hará inmortal. Si fuera cierto no sentiría esta angustia, y, al mirarme al espejo, no dudaría de si va a reflejarme una vez más. Como no saben sino lo que les he ido contando para exorcizar mis demonios, dan por hecho que nada de lo que hago es casual, y buscan una especie de hilo de Ariadna que les guíe a través del enmarañado laberinto de páginas en el que se han dejado atrapar, y no por mí, sino por el Minotauro de su propia vanidad que les hace ver lo que no existe, y dar tanta importancia a lo que sólo es fruto de mi imaginación y el azar. En otro tiempo adoré a falsos dioses y contribuí a crearlos antes de acabar convertido en uno de ellos. A algunos de mis adoradores les sucederá igual. Supongo que es inevitable y no serviría de nada prevenirles. El poco tiempo que me queda voy a emplearlo en el cuento que acabo de… terminar.
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