miércoles, 7 de octubre de 2015

LA OTRA LUNA


A mí, Aguilnopec, décimo quinto hijo del sol, me fue confiado en sueños el verdadero nombre de la luna. Tras múltiples intentos al fin logré pronunciarlo bien y la creé. Ahora hay dos lunas, la que todos ven en el cielo y esta que recorre cada noche de este a oeste mi habitación, flotando en el aíre y reflejando la luz de las antorchas. Una luna rojiza o amarillenta, dependiendo del color del fuego, en la que no hay cráteres pero tan bella y misteriosa como la que antaño crearon los dioses. Para que fuera así de pequeña pronuncié su nombre en un susurro casi inaudible, pues de haber alzado la voz su enorme tamaño habría puesto en riesgo el equilibrio entre la otra y nuestro mundo. No puedo permitir que la vean mis esposas y sirvientes porque enloquecerían, por eso vivo aislado entre estas cuatro paredes. Antes de regresar con mi padre pronunciaré de nuevo su nombre, invirtiendo las letras para que se deshaga sin dejar rastro. Mi luna y yo estamos condenados a desaparecer para siempre. Todo regalo de los dioses es una maldición.

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